¿Dejarlo para después?
Cada mañana me levanto descorazonado, en un estado de irrealidad cansina. No es como antes que la llegada del día era motivo si no de alegría por lo menos de curiosidad de como sería este día que empezaba de nuevo.
Me pasaba a menudo. Entre las cuatro paredes de mi habitación, no hacía falta que estuviese en el campo, en la playa, en un lugar encantador. Era levantarse, limpiarme las legañas, y saludar al día, lloviese, nevase o luciese el sol en las cuatro direcciones.
La heroina se cuela entre esos huecos que dejan las neuronas para que las enzimas circulen llevando mensajes a cualquier esquinita de mi cuerpo. Hace que se cree un medio ambiente pegajoso y gris, así la circulación no es fluida y no hay claridad de comunicación.
El día ya no me dice nada, mi mente se fija en mi cansancio y malestar. Olvida el azul del cielo y el amarillo que se cuela en mi habitación. Se fija en la pesadez de mis brazos, en las ojeras de mi cara, en la matidez de mis pensamientos.
Cada día que pasa, cada mes y año, es el cuerpo quejándose, es la mente espesa. Lo que sostiene al acto, la energía que nace en cuanto aparece la motivación del vivir, me niega y se olvida de mi.
Al levantarme por las mañanas, delante del espejo se rompe en mil pedazos mi ilusión, al reflejarse el cansancio heroinómano que refleja. Me acuerdo, no hace mucho, días de vino y rosas, que actitud más intensa la de mi cuerpo enfrentándose a la mañana.
Esto es la firma de la heroina, deja que te ilusiones al principio pero pronto se encarga de ponerte en tu sitio. El lugar de las personas con falta de voluntad, mi lugar.
La vida da muchas vueltas, por qué no!!, quien tiene el derecho de quitarme mi esperanza de que las mañanas vuelvan a ser curiosas y expectantes. Mientras tanto mi deriva va con un rumbo equivocado, lo noto, me lo dice el espíritu de las cosas.
Solo una cosa más, ¿alguien puede saber la duración de su vida?
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