Paradojas y Justificación
No apuesten por mi, perderán.
En esta vida todo lo que vemos parece que esta fijo y permanente, como en esas fotos que todos tenemos. Todo lo que veo me da impresión de solidez. Si voy al campo los árboles, montañas, flores y arbustos, caminos y piedras, todo parece estar ahí desde siempre y parece que estará para siempre. Ni ese río que pueda parecer que esté en movimiento es así pues siempre permanece en el mismo cauce, año tras año sigue su mismo recorrido. Luego todo en la naturaleza se me antoja fijo y permanente. Una ciudad con sus casas, calles y coches moviéndose, también parece que siempre está todo en el mismo sitio, las casas no cambian de lugar.
Pienso en todo esto y veo que hay una contradicción o mejor una paradoja entre lo que veo y lo que en realidad es. Por una parte la Razón cuando observa la Realidad, la vida, pone de manifiesto que todo permanece en incansable movimiento. Los átomos, el mundo molecular es incansable en su perpetuo ir y venir y por otro lado mis ojos me dicen lo contrario; todo es permanente, esta fijo y quieto. Parece ser que esta contradicción entre lo permanente e inamovible (lo que veo) y lo impermanente y lo no inherente (lo que observa la Razón), lo produce la determinada duración de la vida humana o lo que es lo mismo el tiempo que se vive, nuestra permanencia en el mundo es muy corta insuficiente para apreciar el cambio y el movimiento de las cosas de esas que vemos fijas y estáticas. Si pudiera vivir mil años puede que viera este cambio y movimiento oculto, podría ver como cambian las cosas, como se mueven y como están en permanente cambio, podría tener otra visión acerca de la permanencia o impermanencia de las cosas y desaparecería esta contradicción o paradoja. Paradoja que se da entre razón y ojos, que me dicen cosas diferentes, si mi vida en lugar de ser humana fuese un “fotón” sería de vértigo, ese cambio se haría evidente. Pues nada está quieto en realidad.
Y si todas las cosas tienen el aspecto de permanencia ¿qué decir de las personas?. Ellas a simple vista parecen que cambian dado que crecen y su aspecto varía de día en día, pero la verdad, siempre se es el mismo “ser” por mucho que uno cambie de aspecto. ¡Joder! es curioso aquí ocurre al contrario de lo que he dicho. Todo lo que existe tiene la apariencia de no cambiar de ser inmutable, pero no lo es y por el contrario las personas aparecen a la vista cambiando y modificándose continuamente y sin embargo en realidad no se cambia, siempre se es la misma persona, pues a pesar de los cambios que sufre a lo largo de la vida una persona no deja de ser la misma durante todo el tiempo que dura su vida. Sus manías, sus defectos y sus virtudes, día tras día permanecen a pesar de todos esos aparentes cambios que se dan en ella.
Pero ahora hablo de las apariencias, de lo que me enseñan mis ojos que es la superficie de la vida, la realidad burda de la existencia y dejo aparte el mundo de los átomos, abandono la ontogenia y la metafísica y se me aparece lo más simple, lo que veo inmutable y permanente, que por otro lado es lo más fácil de ver, lo que está más a la vista.
Entonces bien pudiera decirse que ni las personas cambian ni las cosas que las rodean. Se podría concluir entonces que tanto la naturaleza y las cosas como las personas siempre son los mismos cuando los miro, no hallo cambios que me hagan ver el incansable movimiento perpetuo de la “Realidad” de la que nos habla la razón. Pareciera qué lo que estoy viendo es un inmenso mural propagandístico. Una foto monumental.
En este gran museo fotográfico que es el mundo, en donde puedo ver fotos de lo más variado, extraño y curioso, donde la “inmutabilidad” de las montañas y ríos y flores y árboles junto con personas y casas y coches y todo lo demás es evidente, donde todo lo que se mueve es fijo y todo lo que es fijo se mueve, aquí en este museo los cambios no son alegres no vienen alentados por sus protagonistas, son duros, escasos y traumáticos.
Los cambios se acompañan de dolor y sufrimiento. El paisaje cambia por traumáticos terremotos o una bomba, las personas cambian a costa de dolor y angustia. Si, los cambios son dolorosos y deben pagar peaje cada vez que se producen, un impuesto de sufrimiento y llanto.
Pero yo me empeño y me empeño haciendo caso omiso de la dificultad del cambio. Yo digo –“quiero cambiar”- y contínuo diciendo -“cueste lo que cueste”-, y pongo todo mi empeño y todas mis fuerzas y recursos en ese cambio que se me antoja complicado y difícil. Y me lio la manta a la cabeza y recurro a todas las artimañas conocidas y pregunto e investigo y me esfuerzo en cambiar y en ser “otro”, sobre todo y ante todo en arrinconar el hábito letal, la adicción asesina.
Y me digo que esa es mi principal motivación, la que impulsa mi deseo de cambio pero también mi deseo de que mi vida sea rica y variada, bella y emocionante, y quiero ser dueño y protagonista de todos y cada uno de los fotogramas fijos de los que se compone mi realidad, esos que pasan en fila india delante de mis narices.
Este es mi empeño, este es mi fracaso.
Este propósito puede ser tan inútil como los duros y fuertes martillazos sobre el hierro frio con la intención de doblarlo. Si quiero moldear el duro hierro he de convertirlo en un trozo incandescente de metal donde esos duros martillazos sean efectivos y poco a poco vaya tomando forma el indomable hierro. De esta forma puede que llegue a doblarlo según mi deseo. Pero ¡hey! Qué tarea más ardua convertir en pura incandescencia a un frio metal. ¿Hay tarea más laboriosa que transformar mi alma mi ser en puro rojo fuego vivo y moldearla con certeros mazazos según el dictado de mi conciencia?.
No, no la hay, es difícil cambiar, es difícil abandonar lo anterior, es doloroso ser “otro”, pero pongo todo el esfuerzo del que soy capaz. Me voy de esta gran ciudad que me mata, dos, tres días y llego a ser una persona cualquiera sin adicciones y me congratulo de poder hacerlo y lograrlo. ¡Qué contento!. Pero regreso a la ciudad, al infierno, y después de otros dos días todo vuelve a ser como antes, tan complicado y difícil de transformarse, tan duro y doloroso. No cejo, no desmayo, no claudico y a trompicones escribo mi historia y a saltos modifico mi ser y con altibajos viajo a través de las brasas encendidas con los píes desnudos como en esa fiesta popular. Una vez si, dos no, tres otra vez feliz, cuatro espero, cinco canto victoria y bebo champan, seis y vuelta a empezar. ¿Se acabará?.
No es como antes, no, no lo es, algo se ha modificado, algo hace notar que se acaba el túnel. Tampoco es como debiera como estar ya fuera del túnel disfrutando de la luz, es algo intermedio, pero es algo ¡joder!. Vislumbro esa libertad que me da ánimos para seguir y a la vez pareciera que añoro el tormento de la esclavitud. Me justifico diciéndome; “las cosas se logran poco a poco”. Y voy al principio de este post y leo lo que he escrito y me digo; “¡hey! Venga, ya ves que es difícil, sigue, no claudiques”. Y así estoy, en una especie de limbo en donde no llego a alcanzar el éxtasis pero tampoco vivo en la mazmorra lúgubre. Hay algo nuevo y es que una vez que se prueba la libertad ya no se piensa en nada más y eso es lo que me pasa ahora. Añoro cada minuto que paso sobrio es un estado de satisfacción por el logro de haber podido cambiar y dejar atrás los días lúgubres teñidos de heroína, pero me falta la continuidad, me falta el logro de la normalidad. La lucha es día a día y unos son recordados como felices y otros son pasados en contínuo sufrimiento de culpabilidad. ¿Y mañana? Seguro que mañana será un día con el cielo despejado, sin nubes y de primavera porque si hoy es así ¿por qué no mañana?.
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