Epopeya sobre el hábito
Qué difícil es saber dirigir las emociones, qué difícil es domar los sentimientos, qué complicado es mantener un equilibrio entre el deseo que surge espontáneamente, casi sin venir a cuento, casi sin saber por qué se tiene y la obligación, pesada, la obligación que te dice que debe ser así, obligación contraria a ese deseo, que no se sabe de donde puede nacer, pero que obliga, casi siempre obligación contraria al deseo.
Cuanto dolor nace en las entrañas si quiero modificar algo dentro de mi. Qué angustia tan intensa me inflama si pretendo acabar con un simple, e incluso pequeño, aferramiento.
Qué ratos de dolor desasosegante paso para romper ese círculo que me ata al deseo. Días, días vomitando dolor para acabar con ello.
Se me viene a la cabeza esa forma de ser tan poderosa tan fuerte, la forma de ser de la naturaleza humana, que se manifiesta en todo su esplendor en cuanto pretendo modificar cualquier pequeño detalle de mi carácter.
He visto y veo, todos los días, a todas las horas, esas luchas tan intensas, en los demás, esas derrotas tan frustrantes, esas caídas de espíritus aparentemente fuertes que luchan a brazo partido dando ejemplo, y en segundos aparecen tendidos, como pingajos, como peleles, llorando desconsoladamente en el campo de batalla de la vida del día a día. Arrastrados por el fango de la vergüenza de no poder con ello, con el aferramiento, con el deseo.
No importa de lo que se trate, puede no ser nada especial lo elegido para arrojarlo de mi lado, puede ser cualquier cosa, grande o pequeña, importante o no, no es eso el protagonista, lo que uno quiere eliminar, el protagonista es la decisión de acabar con ello.
No tengo más que mirar a izquierda o derecha para ver cuerpos tendidos, agotados, cadáveres en muchas ocasiones, esparcidos a lo largo del camino por donde día tras día paso, por donde circulo hacía la meta obligada de la vida; el vivirla y el terminarla. No es necesario ningún acto heroico especial para andar por la vida y darse cuenta de tanta lucha sin cuartel, que rodea el paisaje por donde caminamos. Personas como yo, personas que no tienen una característica especial que las destaque de las demás. Al fin y al cabo la vida es eso, algo corriente que de tanto usar no llama la atención. La vida es esas personas absortas en su lucha contra deseos no deseados, obligaciones no queridas, equilibrios imposibles entre "esto debo, esto quiero".
Al fin y al cabo, me veo reflejado en esos miles de espejos que pasan a mi lado, y no distingo en ellos marcas o signos diferentes, como ya he dicho, a los que a mi mismo me definen, y me marcan, y me conforman y hasta me cansan y me hastían, por formar parte intrínseca de mi, de mi ser, por llevarlos grabados a fuego en mi.
Qué tremendamente doloroso, hasta sádico y difícil, es ver y reconocer y distinguir mis marcas y estigmas logrados por la rutina y el hábito de simplemente y nada más que vivir. Me creo que soy así y me creo que debo hacer esto y me lo repito y me monto una tesis y todo un discurso, filosófico y existencial, solo para decirme que si, que soy así, que soy yo.... y que qué difícil e imposible es ser o hacer “lo otro”, lo que no es yo, lo que yo no soy, lo que es diferente a mi, lo que me es extraño, lo que yo no reconocozco como mio. Monto todo un magnífico y espectacular escenario donde me muevo como único protagonista de mis delirios, estúpidos e inservibles delirios. Y todo esto, toda esta obra teatral magnífica, la mimo, la alimento, la cuido.... como si me llevara la vida en ello, represento tan bien mi papel de "yo".
Y me miro y me digo, Hey “muchacho, aparta tus dudas, no serás tan raro o estarás tan equivocado, si todo esto es igual a lo que veo en los demás”….y me siento que formo parte de un todo armónico en que lo que predomina es la lucha contra uno mismo por ser de una forma o por lograr ese deseo perseguido o por conseguir ese pensamiento aparentemente salvador. Y me miro y me digo, que en todo este quehacer queda confirmada toda mi teoría de yo soy así y qué demomonios que soy así, cómo soy, de estúpido e ignorante que soy. Y todo el mundo y toda la vida es monótona e igual y sigue al píe de la letra esta lucha por ello y batallas, miles de batallas casi siempre perdidas insistiendo en "yo soy así".
Qué dolor, qué cansancio, qué hartazgo, mis lamentaciones y llantos, tristezas y quejas, mis manos juntas alzadas hacia las estrellas en petición de salvación, pidiendo que siga siendo un absurdo ser que solo pretende satisfacer simples deseos de ignorante. Suplicándo ser "yo mismo", mendigando ser como soy, arrebatado por mi extremo deseo de querer "ser así"....Hey, "¿qué malo puede ser?, si solo soy yo, si no hago cosas diferentes a lo que veo". Ruido de fondo en mi cerebro, permamente, de ser y seguir siendo yo, rumor de agua corriente en mi mente hablándome de "soy así".
Se acabo, terminó, fin de trayecto, "estación termino". "sin salida", hasta aquí llegué, ni un paso más, pues al fin y al cabo se sabe que nada es permamente. Y yo lo sé con todo mi ser. Nada permanece, todo acaba...."yo" también. No dejaré ninguna rendija sin cubrir, no permitiré una salvedad, a pesar de batalla trás batalla, a pesar de lucha sin cuartel por ser "yo"......dejaré de ser "yo". Mi hábito no será más, mi hábito acabará en el saco de la basura, mi epopeya por ser yo ya es un recuerdo amargo de ignorancia estúpida que ya pasó. Ya no haré más el hábito que me marco la forma de ser y de mostrarme al mundo. Vomitaré sangre, caminaré tambaleándome, mareado me apoyaré en los arbustos del camino, el cielo se me vendrá encima, pero mi hábito dejará de ser y se convertirá en recuerdo y cicatriz. Mi hábito no conformará mi ser. Ahora seré otra cosa, otro "yo", porque me faltará "mi hábito". No, que nadie se empeñe en decir que sigo siendo yo, ya no lo soy, porque he dejado de ser yo, porque he dejado mi hábito.
Y me rio a carcajadas de esos ilusos que creen que no es posible, y me compadezco de esos cadaveres que luchan aún a pesar de estar muertos por ser "ellos". Yo no seré más mi hábito, porque lo deje en el camino, porque lo perdí en una revuelta de la subida, de la ascensión hacía la cima de la victoria sobre mi mismo. Porque no hay lucha más poderosa y noble que la que uno desempeña contra si mismo, porque es la lucha por el descubrimiento de la vacuidad, por el descubrimiento de la inexistencia del querer ser "uno mismo". La marca de la casa ha desaparecido, ese "yo" por el que se da la misma vida, ya no es, no es nada, no hay nada en su lugar. El hábito era un espejismo, el "yo" era una falacia. El poderoso engaño de la mente ha sido vencido y es, ahora, un giñapo, pelele, abandonado y tirado en medio de la victoriosa subida hacía esa "nada vacía" que es el resplandor y el calor de la auténtica y simple existencia.
El "ser" ya es lo que es; "vacio".
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