OM TARE TUTARE TURE SOHA

viernes, 28 de abril de 2006

Almaciga II

… Me olvidé de mi amigo, su voz me lo recordó, una voz desesperada y angustiada que solo acertaba a decir que no podía más, que estaba muy cansado, que le ayudara...

Si, me olvidé, que extraño ¿verdad? ese estado obsesivo que todo lo domina en cuanto esta en juego la “individualidad” el “yo” la “mismidad”. Que absoluta y enorme ocupación de la materia pensante por parte del instinto de supervivencia, el “Eros” como contraposición al “Tanatos”, que fuerza tan abrumadora me invade en los momentos en que esta en peligro mi vida, como lucho para conservarla, que pocas veces me doy cuenta de ello. Esta vez fue la más intensa que he tenido porque las otras no tuvieron esa fuerza con la que se me presentó esta. Mi instinto hizo que solo existiera yo en el mundo y nadie más.
La voz de mi amigo, voz, ya que ni siquiera mirada podía dar en ese absorto e introspectivo instante, me trajo de nuevo al mundo de los seres conscientes, aparecí, de nuevo en la vida y... el ruido de la mar, de las olas, el sabor de la espuma, el olor irrespirable de los millones de gotitas saladas suspendidas a mi alrededor, la falta de respuesta de mis miembros, el cansancio, el sentir que mis ojos y los agujeros de mi nariz iban a estallar de lo grandes que estaban …. aparecieron, volvieron, se presentaron, de repente, como en el cine que se pasa de una escena a otra, así sin más. De repente todo el dantesco escenario se hizo patente y todo lo que significaba también. Con un esfuerzo sobrehumano acerté a decirle que siguiera luchando, nadando …

…”un poco más”, “yo también estoy desfallecido”, “toma mi mano”, “vamos”, “venga”…. susurros que casi no oía yo, frases inconscientes, automáticas. Ahora pienso que quizás ni las oyó, aunque recuerdo que repetía y repetía …
“si“, “si“, “ayúdame“, “cojéeme la mano”. “no puedo más”

Agotados sin remedio, exhaustos irreversiblemente, y lo peor, a punto de descansar, a una milésima de segundo de parar el trabajo de pensar y por ello de actuar, y fijar en la mente el pensamiento que cada vez crecía y se hacia más grande, que ya lo era, de …
“no hay salida”, “no hay remedio”, “aquí termina todo”…

He tenído que parar un momento de escribir porque “algo” ha vuelto a mi, un recuerdo que ha hecho que solo pensase en aquellos momentos, pensamiento incompatible con todo lo demás. No sé como puedo estar escribiendo esto ahora después de todo aquello, de verdad es algo grande, misterioso, que está fuera de toda lógica o razonamiento. Si, creo que;
“hay circunstancias en la vida que si puedes volver a contarlas, cambian tu ser profundamente”.

Ahora, delante de mi computador, lo escribo, lo pienso y me convenzo de que tiene que haber algo más que la razón, creo que debe existir alguna otra realidad que no soy capaz de aprehender aún, que me es ocultada por no ser capaz de emplear bien mis sentidos para reconocerla. Cuando soy capaz de darme cuenta, veo que la vida me abruma de tal manera que hace que la viva mal y no sea capaz de plantarle cara. Me escondo como ese niño pequeño que ve venir al padre severo.

… la cincuentainueveaba parte de un chasquido de dedos fue el tiempo que falto para relajarme y quizás hundirme definitiva e irremediablemente en aquellas agitadas aguas. Este infinito tiempo fue el que NO pasó, el que faltó para que las cosas cambiasen y sea ahora tiempo de contarlo, fue el instante que me separó de la muerte. Los ínfimos instantes de los que la vida está compuesta son los verdaderamente importantes, los que pueden cambiar las cosas …
¿Cuántas veces habré dicho?, ¡¿ uff, si no hubiera sido por ese momento?…!cómo hubieran cambiado las cosas!
Y así fue como en medio de todo ese maremagnun, en medio de todo el ruido y la fragosidad de la lucha, ¿es posible oír algo que no venga de tu interior?, y si, fue posible.
Una voz suspendida en el espacio, una voz humana entre el ruido del Averno sonó, se escuchó…

“¿Necesitaís ayuda?
…más, aún más….
“agarraté a la tabla”…

Estaba ya mareado y no veía bien, no podía orientarme y mirar de donde venía la voz, tuvo que tocarme, casi tuvo que agarrar mi mano pero no lo hizo porque sentí un golpe , un golpe con la tabla de surf, que fue un golpe que me dio la vida. La vida se me presento de nuevo mediante dolor y materialidad. Se me dio, otra vez, por segunda vez, la vida. Un chico joven me gritó y me dijo que me agarrara a su tabla de surf, la que iba con él, me la acercó y yo la agarre débilmente, casi la acaricie con los brazos, me dio tiempo de alargar el brazo para tocar la punta de los dedos de mi amigo que con el empuje del chico, yo y la tabla, dimos, también por segunda vez, la vida a mi amigo.
Una vez agarrados los dos, aferrados con saña a la tabla de surf, recuerdo que me sorprendió que el chico de la tabla solo la tocase con una mano, pensé que como era posible que solo la tocase de esa forma en medio de aquel infierno espumoso. Pretendimos nadar agarrados a la tabla para acercarnos a la orilla, pero no podíamos y viendo nuestros esfuerzos, nuestro salvador nos gritó que nos dejásemos llevar empujados por las olas. Y en ese instante me di cuenta de que las olas eran realmente grandes y que cada vez que rompían en nosotros nos sumergíamos y eran eternidades las que teníamos que aguantar la respiración, por lo menos cerrar la boca para que no nos entrase el agua salada. Era un esfuerzo titánico, asfixiante, temía con toda mi alma la llegada de la ola que se repetía con una cadencia que me pareció continua, sin solución de continuidad, sin descanso, sin tiempos muertos. Como un solo objeto flotante, mi amigo, yo y la tabla, poco a poco nos acercábamos a la orilla, el hecho de ver la orilla cerca y que cada ola, sorprendentemente, nos empujara hacia ella, me hacia el efecto de un psicotrópico, alucinaba de que fuera posible el ver como la orilla venía hacia nosotros, era el hecho más intensamente feliz que he vivido. Una vez puesto en píe, noté la arena del fondo en la punta de mis dedos, tremendamente agotado, consciente de estar de nuevo en una situación conocida, volví a oír el grito salvador del surfero que me decía si había tocado píe ya, que si estaba bien y que si seguía necesitando ayuda. ¡Maldita educación! Hasta en ese momento tenía que estar presente, le conteste que si, que gracias, que muchísimas gracias y … ¡chasss! de repente ya no tenía donde agarrarme, intenté nadar y al no tocar fondo de nuevo me aterrorice otra vez, rápidamente volví a ponerme de píe y …¡joder! el último inmenso esfuerzo … ¡vengaa!…¡joooder! … ¡otra vez!... arena, bendita arena, bendita tierra, con una frenética fuerza en contra producida por la masa de agua, con un paso tras paso de mis insensibles piernas, con una determinación mental de alcanzar la orilla como fuese, eternidad tras eternidad llegué a ver que el agua me cubría la cintura, que el agua me cubría mis piernas, que el agua me cubría mis rodillas, que el agua me cubría mis tobillos, que el agua … había desaparecido y solo arena, fina arena pisaban mis pies y el viento convertido en brisa vital chocaba contra todo mi cuerpo e hinchaba mis pulmones como si fuese el último acto de un drama y me llenaba de eso que despreciamos inconscientemente; el aire. El aire oxigenado penetraba hasta en mi último recóndito y perdido alveolo y era vida, si, vida lo que estaba respirando y sintiendo. ¡Qué intensísima felicidad!
(continuará)

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