Reflexión
¿Hasta que punto puede el ser humano llegar a despreciarse de tal forma que pueda llegar a morir, a destruirse?. Puede que llegue a ser un suicidio inconsciente. ¿puede la razón darse cuenta de lo que está ocurriendo?.
Miro a mi alrededor y veo a las personas llevar a cabo actos incomprensibles sin nada que los justifiquen o puede que con calma se puedan explicar pero a pesar de ello sin justificación. Todo el mundo tiene un punto de locura, si, bueno. La línea que separa la enfermedad de la normalidad es muy fina, una línea que separa lo que se considera normal o adecuado de lo que aparece como algo para echarse las manos a la cabeza, como algo que aparece como patología en los libros, como algo que asombra por su anormalidad, esa línea parece tan fina que a veces no se ve, tan delgada que en unos sitios puede parecer que existe mientras que en otros es inexistente. ¿Cómo es posible? ¿existe esa frontera o no existe?, ¿hay un límite entre lo normal y lo anormal?.
Voy por la calle y veo a un tío que va hablando solo en voz alta como si fuera acompañado de alguien invisible o saca su móvil y habla y habla con alguien que tampoco existe al otro lado de la línea. Veo a un adolescente que coge una espada y mata a sus padres, veo a una persona de más de 90 kilos dar un puñetazo a una chica de menos de 50 kilos, veo a un niño que grita insultos como cualquier camionero a un conductor inexperto. ¿me sorprendo? ¿me choca? Yo mismo no me reconozco en alguna ocasión que llego al límite por mi ceguera, más tarde recuerdo la escena o mi comportamiento y se produce un marasmo en mi mente; neuronas con un si luchan contra neuronas con un no, al final, muchas veces, cansado, agotado, dejo las conclusiones para otra ocasión, lo dejo sin resolver. Y llega el remordimiento, la culpabilidad, pero ¿y qué?. Angustias que se acumulan en mi pecho, problemas sin solucionar que se amontonan en mi alma, no puedo resolver este rompecabezas en que las piezas a pesar de ser conocidas y familiares no son capaces de casar entre ellas, no forman algo armónico.
Comportamientos que no comprendo, nadie comprende, impulsos que conducen a acciones sin sentido, peligrosas, asesinas, destructoras, odiosas, irracionales. Un flujo de acciones que corren desbordándose hasta el caos, me siento arrastrado al igual que esos que veo a mi lado en mis mismas condiciones, compartiendo destino. Desconocidos que me acompañan en esta locura, que nos acompañamos sin hacernos compañía.
¿Hasta que punto llega uno a despreciarse tanto que se desea la autodestrucción con ahínco y desesperadamente?. He visto a una chica de 37 años con una hija de 14 atravesar una autopista de noche, mirando al frente como si estuviera en el pasillo de su casa, la he visto destrozada por los golpes de los coches, arrastrada salvajemente. He visto a un chico de escasos 30 años acercarse a las vías del tren y cruzar intencionadamente precisamente y justo cuando un tren de acero a toda velocidad pasaba cruzándose en su camino, he visto su cabeza desnuda mostrando su cerebro. He visto a desheredados pinchándose el doble o triple de la dosis de heroína cansados, agotados de soportarse y no entenderse, he visto sus ojos perderse en sus órbitas, su boca abierta con la saliva que huye de su guarida, sus rígidos brazos, en uno de ellos la marca clavada de la muerte, su muerte. Pienso que como puede que exista un ángel de la guarda para cada uno de nosotros, así igualmente existe un ángel negro de la muerte para cada uno de nosotros también. La muerte es particular de cada uno de nosotros. Es mi muerte y es solo para mi, viene a mi y a por mi, no se descuida ni se despista con otros, yo soy su objetivo y es a mi a quien viene a saludarme y a conducirme allí, aquel lugar que nadie conoce aún.
Todo esto lo digo porque a pesar de saber que no es bueno lo que hago, a pesar de saber que es muerte, de saber que es destrucción y dolor, sigo y sigo, hay algo que dice;
-”no pares, qué más da, sigue”-
-”ya pronto llegará la meta, más, más”-
En el poblao, tres filas de casas adosadas, granates, la mayoría derribadas, dos calles paralelas y cuatro perpenticulares, pequeñas colinas de basura podrida rodea al conjunto de casas en algunas zonas, dos, tres contenedores llenos de más basura, hierros oxidados de obras abandonadas, barro, mucho barro. No hay aceras, en su lugar hay chabolos, entre las ruinas de dos casas un chabolo protegido por los cascotes y ladrillos de lo que fuera una casa. No hay farolas, no hay luz. La luz huye, escapa de las tinieblas haciendo que no puedas ver pero si ser visto. Aquí, entre ratas, basura y ruinas es donde puedes ver a esas personas que han dejado de serlo, es el hábitat de personajes que han abandonado toda esperanza de ser o de vivir. Son jóvenes, la mayoría, su piel no es blanca es gris, negra como mulatos, es suciedad de no lavarse por frío y porque no hay agua ni jabón, sus manos son ásperas y coráceas, duras de callos, el pelo es una mata de mechones pegajosos, las ropas no tienen color de lo desgastadas y rotas que están, caminan encorvados con las manos en los bolsillos, temblando y si te los cruzas te piden un cigarrillo o alguna moneda. Viven entre la basura y los ladrillos, juntan varios plásticos y mantas y se hacen un agujero donde se acuestan acurrucados a pasar las horas o a fumar “los chinos”. Su función, entre otras, es llevar los clientes a los chabolos de los gitanos a cambio de una “puntita” de heroína o de base de coca, su función es poner orden entre la clientela en la puerta de la casa de la gitana que les da su mínima dosis diaria, a las seis y media de la madrugada o a las doce de la noche. Hacen pequeños trabajos para sus amos; los gitanos, como buscar y traer leña, colocar Uralita en el techo de sus chabolos, hacer un brasero de metal con un bidón de gasolina, barrer la entrada de la casa, tirar la basura de la gitana en el medio del campo, ser martirizado por los chiquillos del poblao, ser mordido por los perros azuzados por los gitanos más mayores … Alguno muere allí mismo, no de repente, no, poco a poco va muriendo, enfermo de neumonía o de endocarditis, con fiebre contínua y yendo a buscar su dosis, día tras día, llueva o haga frío, cada vez más encorvado, más agotado, cada vez más anonadado por la suerte que le ha tocado vivir y así día tras día se agota hasta que una noche o una madrugada pinchándose la que sea su última dosis de veneno, muere, casi sin darse cuenta, sin oír la sirena de la ambulancia que sus “compañeros” han llamado pero tarde. Más tarde, al día siguiente será recordado para aseverar que ya estaba mal, que venía estando mal hacía ya un tiempo, para confirmar la causa de su muerte;
-”estaba mal del corazón”-
-”no, no creo que haya sido la heroína mala”-
Son jóvenes pero todos parecen mucho más mayores, con arrugas prematuras y los ojos hundidos dentro de sus ojeras, todos son mucho más mayores de lo que realmente son, sobre todo las chicas, de 21 y 26 años parecen casi del final de los 30. ¿Y qué hace que la persona humana se destruya hasta este punto?. Ya no hay nada que importe ni siquiera la misma muerte. Todos están cubiertos de un halo de valor hacia lo inevitable, ya nada hay que los pare, son como los “kamikaces” de la segunda guerra mundial, llenos de valor y orgullo, conocedores de una meta que cumplir; La Muerte.
¿Hasta que punto puede llegar el ser humano en su afán de destrucción que incluso le sirva su propia vida? Puede que incluso ese que diga que a él no le pasará, le pase. Puede que de alguna otra manera, puede que no reconozca su propia autodestrucción, puede que ni siquiera quiera darse cuenta. Puede que incluso el que diga que está preparado para luchar contra este mal, esté a punto de caer en las tierras movedizas que le atraparan sin posibilidad de salir de ellas, como esos que yo he visto, como yo mismo.
NOTA: Y después muestran en la TV ¿a quien se lo enseñaran? Personajes irreconocibles como drogadictos, adictos. Personas recién salidas de la ópera, de la oficina, bien vestidas y en decorados sórdidos y sucios, ¿qué quieren decir? ¿a quien se lo quieren decir?. No para de engañarse a si mismo el ser humano, cada vez que se cree más racional, más se engaña. ¡Bah! Olvida esto.
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